LA ULTIMA DILIGENCIA

La Comercial del Este”: la diligencia retoma su marcha

El Instituto Uruguayo Argentino (IUA), reconstruyó, tras una larga investigación, cargada de encuentros en el presente con historias del pasado, la última diligencia que, con el nombre “La Comercial del Este”, funcionó en la ciudad de Maldonado hasta 1910. La impactante obra, realizada entre los años 2011 y 2012, está presentada sobre una plataforma de 4.50 m de largo por 1.30 m de ancho, y tiene una altura de 1.10m.  El domingo retoma su viaje a Montevideo, donde se podrá visitar partir del próximo lunes 3 de diciembre, en la Torre Ejecutiva.
El impulsor de la idea fue Alfredo Tassano, propietario del colegio, quien tras recopilar información durante años,  logró recrear una escena de la diligencia.  Tassano es además nieto del Mayoral y propietario del carruaje, Don Estanislao Tassano, lo que le da a la obra una mayor carga de contenido simbólico.
Con la misma, se quiso mantener vivo el recuerdo del único medio de transporte colectivo terrestre que vinculaba a Maldonado con Montevideo, actividad que se desarrolló hasta 1910, fecha en que llegó el ferrocarril al departamento. La Diligencia ayudó a construir el presente, a través de incansables viajes de ida y vuelta, que fueron uniendo los caminos de un país con una  anatomía distinta a la que se ve hoy en día, sin rutas, con paisajes de sierras, dunas y pastos silvestres. Mantener estas historias es parte de la construcción del presente. La vida contada a través de la escultura “LA COMERCIAL DEL ESTE” es una parte importante para crear y recrear la base impulsora del departamento.
Los realizadores
La obra fue realizada entre febrero de 2011 y mayo del 2012. La realización del carruaje, pasajeros y camino fue realizada por el escultor de Maldonado, Heber Lazo, en una técnica denominada cartapesta, la que utiliza papel y cola.
Los caballos, cuarteador y lechuza, fueron construidos por Olga Olivera, escultura del departamento de Rocha, por medio de la técnica de ensamblaje. La escultora crea figuras utilizando materiales que extrae de la naturaleza, sin modelar ni mutilar, tal y como se encuentran: huesos, piedras, trozos de maderas y esquilas de caparazones de moluscos, entre otros, sirvieron para darle vida a una obra que parece estar en movimiento. Por su parte, Roberto “Chiquito” Olivera, fue el responsable de elaborar los tiros, arreos, cuarta, arreadores, recado y rebenque del Cuarteador. Participaron además Nery Aquino, en la elaboración del soporte y exhibidores,  y Walter Blanco en la pintura del letrero y ornamentos del vehículo.
La escultura impacta en cada uno de sus detalles y personajes, ninguno de ellos por azar. Se representan en su interior todas las clases sociales. El peón de estancia arma su tabaco, sentado junto al estanciero, mientras otro contempla el paisaje desde la ventana. Frente a ellos, dos señoras comparten el asiento con una doméstica. De pie, dos niños disfrutan la emoción del viaje. Delante del carro un hombre indica el camino mientras otro lo escucha con atención, mientras una señora mayor lleva un bebé en los brazos. Sobre el extremo izquierdo, atento al camino, el mayoral conduce a los caballos. El equipaje va atado en el techo, abultado, protegido y asegurando la pesada carga.  Acompañan a la obra una muestra con fotografías tomadas por Giacomo Reborati, quien realizó un viaje en La Comercial del Este, en el año 1904 y proporcionadas a Tassano durante su investigación.
Un poco de historia
La diligencia brindó numerosos servicios. Además de servir como transporte de pasajeros, agente de Correos y remesero bancario, fue vínculo cultural, portadora de salud, de sueños y de esperanzas. El recorrido era San Carlos, Maldonado, Portezuelo, Piriápolis, Pan de Azúcar, Solís Grande, Mosquitos y Pando hasta donde llegaba el ferrocarril. Cuando éste llegó a Estación La Sierra, en Gregorio Aznárez, la diligencia fijó allí el punto final de su recorrido. Desde esas terminales hasta Montevideo, cada uno lo hacía por la suya porque la capital era su meta. El ferrocarril completaba el recorrido.
La diligencia salía tres veces en el mes, los días 4,14 y 24 y volvía dos días después. El viaje duraba veinticuatro horas a Pando y doce a Estación La Sierra. Los caminos eran en su totalidad de tierra. Únicamente había dos puentes, el del arroyo Mosquitos, donde se pagaba un peaje de veinticuatro centésimos, y en el Solís Chico, donde el peaje era de veinte centésimos. El carromato fue construido en una fábrica de Pando. Tenía capacidad para diez personas cómodamente sentadas, pudiendo llevar hasta dieciséis  pasajeros, en caso de necesidad.
El vehículo era tirado generalmente por nueve caballos: cuatro traseros, cuatro delanteros y el del Cuarteador. Los cuatro traseros eran dirigidos exclusivamente por el Mayoral, mediante cuatro riendas bifurcadas. Los dos centrales eran los únicos que tenían la doble función de tiro y de freno del rodado, contando para ello con un fuerte trenzado de tientos, que unía sus pecheras a la punta de la lanza, y una retranca que les pasaba por debajo de la cola. Los cuatro delanteros, llamados “boleros”, no llevaban riendas; obedecían únicamente al Cuarteador, quien cabalgaba unos metros por delante de la comitiva. Este, además de la función de tiro, tenía como tarea importantísima la de conducir la diligencia por la mejor huella o por el camino más transitable. El Mayoral, además de ser el propietario del carruaje, era dueño de las caballadas,  que en cada posta del camino lo esperaban para efectuar el recambio. Mayoral y Cuarteador, ambos hábiles y experimentados, lograron salvar con éxito las múltiples situaciones peligrosas, en un momento histórico del país, marcado por historias revolucionarias, atracos y asesinatos.
Anécdota de un viaje
El Dr. Elías Regules pensaba viajar. Al ir a retirar su pasaje, pregunta el mayoral:
- ¿Primera o segunda?
Extrañado inquirió:
- ¿Y qué diferencia hay entre una primera y una segunda en una diligencia?
- En el camino lo sabrá – le respondió secamente el mayoral. Y dicen que el celebrado autor de Versos Criollos, por las dudas, sacó pasaje de primera.
Marchaban y marchaban y nada notaba de diferencia entre los que viajaban con boleto de primera y con boleto de segunda. Pero, de repente, la diligencia cayó en un lodazal…
Entonces, el mayoral se da vuelta y dice con gesto adusto:
- Los de segunda, a bajarse y a cinchar.
Recién en ese momento, el Dr. Regules comprendió la ventaja que era viajar con boleto de primera.
Fragmento publicado en: 
Álbum de Fotos editado por diario El País en su edición especial “El 2000 mirando al Uruguay del 900”.